Historias

San Valentín, el Quirkyalone Day, Yankeelandia o el 14 de Febrero

Estados Unidos es un país de contrastes.

Hoy se escribirán, enviarán y recibirán más de un millón de postales y cartas de San Valentín en Yankeelandia.

Carteros yankees repartiendo un millón de cartas por San Valentín

Carteros yankees repartiendo un millón de cartas por San Valentín…

Al mismo tiempo, los estadounidenses han creado el Quirkyalone Day, para recordar justo en cada 14 de febrero que es mejor estar soltero que en pareja si la única razón es sentirse socialmente obligado a ello.

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Reconozcámoslo, para los solteros este día es un auténtico coñazo y un continuo reforzar lo solo que estás en el mundo si no tienes a alguien que te mande una rosa, te escriba una carta, te obsequie con unos bombones con forma de perfecto corazón o con cualquier otro regalo empalagoso.

¿Buscando ideas para un regalo de San Valentín?

¿Buscando ideas para un regalo de San Valentín? No uses esta…

El consumo. Sí. Aunque San Valentín es un santo católico cuya onomástica se celebra hoy, los anglosajones (una vez más) supieron sacarle comercialmente partido a la noble historia del santo, un sacerdote que ayudaba a los jóvenes militares a casarse a pesar de la prohibición del emperador Claudio II que pensaba que solteros, sus militares se concentrarían más en sus funciones militares.

El bueno de San Valentín, un alma romántica y bondadosa, terminó con sus huesos en la cárcel por casamentero, pero eso sí, siendo santo, patrón de los enamorados y con un pasteloso día en el calendario a su nombre lleno de azucarados mensajes por el que estoy segura se sentiría más que pagado por sus acciones (aunque a veces sus acciones se las atribuyan otros…) San Valentín versus Cupido

Sí amigos, hoy más que nunca se comprarán regalos en nombre del amor y se lanzarán mensajes al universo sobre lo maravilloso de las almas gemelas, los príncipes azules en blanco doncel, las medias naranjas y los zapatitos de cristal.

Yo, que creo que lo verdaderamente especial de los humanos es que somos únicos y no gemelos, que soy una convencida republicana y que me siento más limón que naranja pero en cualquier caso muy completita (!hombre-por-Dios!), no he sabido nunca como tomarme este día, la verdad.

San Valen… ¿qué?

Independientemente de tener una pareja o no, yo he llegado a la conclusión de que cualquier excusa (y hoy es un día como cualquier otro para ello) es buena para celebrar el amor.

El amor de forma genérica, a nuestras familias, a nuestros amigos y a nosotros mismos, porque como diría Carrie:

carrie

Por supuesto y no podría excluirlo hoy, también el amor a una pareja. El amor, el enamoramiento, el arrebato, el deseo, la pasión, eso que nos hace sentir a la orilla de un abismo y nos roba las noches.

Celebremos siempre y cada uno de nuestros días el amor y la vida. Como cada uno tenga a bien hacer.

Yo, como no soy yankee, no planeo ni escribir cartas ni comprar rosas de azúcar. Me conformo nada más y nada menos que con poesía…

  LA NOCHE

No consigo dormir.
Tengo una mujer atravesada entre los párpados.
Si pudiera, le diría que se vaya;
pero tengo una mujer atravesada en la garganta.

Arránqueme, señora, las ropas y las dudas.
Desnúdeme, señora, desnúdeme.

Yo me duermo a la orilla de una mujer:
yo me duermo a la orilla de un abismo.

  (…)

EDUARDO GALEANO

Torre de Marfil

Érase una vez una mujer que nunca subía en ascensor.

Tenía miedo a quedarse un día encerrada.

O peor.

Quedarse un día encerrada con un vecino y tener que compartir espacio vital con otra persona.

Para huir de todo riesgo subía cada día hasta el séptimo piso escalón a escalón, con las bolsas de la compra, arrastrándolas hasta su torre de marfil.

Allí pasaba sola las horas en las que no estaba en la oficina, en su casa vacía y solitaria como ella.

Desgraciadamente eran escasas, la mayoría de su día transcurría en el trabajo, atendiendo gente continuamente.

Sonreía y hablaba con todo el mundo, era su profesión, pero en realidad les odiaba. Le molestaban, le irritaban. Sus compañeros, sus jefes, pero sobre todo, sus clientes: los jovencillos que venían con sus pintas de tirados y desocupados, gente sin futuro o peor, los listillos con posición que creían sabérselas todas. Los ancianos que no entendían nada y consumían su tiempo con la misma explicación una y otra vez para al final acabar por no decidirse. Los que más: las parejas que parecían felices y enamoradas.

El solo pensamiento del contacto físico con otro ser humano le horrorizaba. El sexo le asqueaba y nunca había sentido el menor sucio impulso por fortuna por nadie.

Pero más aún le aterrorizaba embobarse como la gente que veía a su alrededor, sus compañeros de colegio, sus amigas, sus colegas… formar familias y tener hijos en los que invertir la vida y el tiempo para que un día se vayan lejos… haciendo planes con alguien que siempre acaba traicionándote. Siempre.

Érase una vez una mujer que nunca había tenido una pareja, un amante, un amor.

Tenía miedo de entregarse a alguien.

O peor.

De entregarse a alguien que acabara haciéndole daño.

!Qué ilusos creer en los cuentos de hadas a estas alturas!

La falta de vida social facilitaba que nunca surgieran oportunidades sentimentales.

Las raras ocasiones en las que algún hombre se mostraba más simpático de la cuenta con ella, enseguida ponía freno.

No quería dar pie a ninguna situación absurda y poco a poco fue asegurándose de que su aspecto físico fuera lo menos atractivo posible a los ojos de los demás: dejó de teñirse, de maquillarse, engordó progresivamente y se vistió con las ropas más grises y básicas que encontró hasta convertirse en una mujer absolutamente anodina, asexuada, al punto de parecer recién salida de un convento.

No había sido fácil acabar con toda la vida social propia de alguien de su edad.

Lo primero había sido mudarse a otra ciudad, alejarse de sus amigos de toda la vida, sus conocidos, incluso sus padres.

Sus padres siempre habían estado muy presentes en su vida y siendo hija única no le fue tan simple romper con el vínculo.

Pero con la excusa de unos estudios se mudó para no volver.

Ya en su nueva residencia se encontró por fin sola.

Aquello había funcionado en un primer momento.

Pero enseguida las compañeras de la facultad primero y los compañeros del trabajo después empezaron a insistir para salir.

-No tengo tiempo. Tengo mucho que estudiar.- respondía siempre sin fisuras.

Había encontrado el pretexto infinito. Continuamente se inscribía a un curso tras otro, siempre online para no tener que atender a ninguna clase y huir del tiempo libre.

¡Qué gente más simple que necesitaba perder el tiempo con los demás haciendo nada de provecho!

Érase una vez una mujer que no necesitaba diversión, ni tiempo libre, ni alegría.

Tenía miedo de ser feliz.

O peor.

Ser feliz y un día dejar de serlo.

A pesar de su constancia por no abandonarse al ocio y el recreo, había momentos en los que no podía evadirse de situaciones desagradables.

Por ejemplo, las cenas de empresa.

La tensión de enfrentarse a preguntas sobre su vida privada en esos contextos tan informales era tal, de volver a casa siempre con dolor de estómago. Y por las risas y las bromas de los demás, las copas, los bailes, la diversión.

Ella aguantaba el tipo, sonreía fingidamente, porque lo que más odiaba del mundo es que los demás pudieran intuir lo que pensaba y sentía. Sus pensamientos eran sólo suyos, sus sentimientos le pertenecían.

Pero los minutos no pasaban en aquellas veladas interminables.

El peor era su compañero Tomás. Le preguntaba y le preguntaba y le lanzaba bromas e ironías para ponerla en dificultad.

Ella campeaba el temporal como podía y trataba de mantener la compostura, pero no era la primera vez que volvía a su casa llorando de rabia.

Le odiaba.

Detestaba algo aún más: cuando sus dos mundos se cruzaban.

Cuando en las escasas veces que habían venido a visitarla sus padres se tropezaban con algún colega de trabajo por la calle.

O cuando algún vecino se pasaba por la oficina y le saludaba a lo lejos, despertando la curiosidad de sus colegas.

O cuando se encontraba en el supermercado con algún ex compañero de facultad y tenía que darle explicaciones de dónde vivía.

No le gustaba que nadie supiera de su vida, de cómo vivía, en dónde, con quién.

Sentía que se cerraba el círculo a su alrededor desde distintos ángulos, atrapándola en medio.

Érase una vez una mujer que no necesitaba amigos, ni compañeros, ni conocidos.

Tenía miedo de compartir sus sentimientos.

O peor.

Compartir sus sentimientos y que alguien se aprovechara de sus debilidades.

Así transcurrió su vida.

Cada vez más alejada de la gente, de los placeres, de las emociones, del ocio, de los sentimientos y la banalidad.

No necesitaba a nadie con quien compartir nada.

Eso le hacía sentir extraordinariamente fuerte, poderosa, aislada en su torre de marfil.

Y llegó el final de sus días.

Y nunca se quedó encerrada en un ascensor.

Nunca se enamoró ni tampoco sufrió por amor.

Nunca se emborrachó de alegría ni de vino, nunca lloró de risa ni rio llorando.

Nunca corrió riesgos, ni soñó despierta, ni saboreó la satisfacción de alcanzar metas.

Nunca abrió su corazón a un amigo, ni lloró mirando a los ojos a alguien.

Nunca supo lo que era la empatía, la compasión, el calor de la conexión con otro ser humano.

Érase una vez una mujer que nunca murió.

O peor.

Nunca estuvo viva.

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Torre de Marfil

Perdí tu amor y tu belleza,
pasó el encanto juvenil,
y me quedé con mi tristeza
en esta Torre de Marfil…

Guardan el puente dos leones
desde su altivo pedestal
y la portada seis dragones
y una serpiente colosal…

Con la templanza de los viejos
monjes ascetas, vivo lejos
de lo mundano y de lo vil,

sin más insignia de nobleza,
que mi bandera de tristeza,
sobre mi Torre de Marfil…

(Rubén C. Navarro)

 

 

 

El mejor regalo del mundo

Feliz día de Reyes. El único día del año en que soy una monárquica convencida.

Son seguramente mis fotos favoritas de cuando era niña, esas en que estoy viendo a los Reyes con cara de pasmada o disfrutando de algún regalo especial.

Y eso que los Reyes Magos a veces llevaban una pinta… que me río de la polémica de los Reyes de Carmena.

Mi Rey favorito era Baltasar y creo que el de muchos que conozco.

Mi foto preferida, la que tengo con un Baltasar muy particular, Fidel, el carnicero de mi barrio, pintado como una puerta de negro, con los labios de rojo carmín y una peluca afro. ¡Un número!

Y yo, sentada en las rodillas del que en otro momento sin saberlo yo nos cortaba filetes y vendía chuletas, embobada por las cosas que me decía.

La magia de los Reyes Magos, que te hacen creer que hasta Fidel el carnicero, es Baltasar.

La magia de la infancia también. En la cabeza de un niño, todo es posible.

Es una magia contagiosa.

Esos días del año los adultos también piensan que todo se puede conseguir y hacen lo posible porque así sea para los niños que tienen alrededor.

Ese era el caso de mi abuelo.

Le encantaba llevarnos a ver a los pajes, escribir la carta, hablar de los regalos que queríamos.

Un año, tendría yo unos cuatro años, se volvió totalmente loco y decidió convertir mi juego favorito en realidad.

Veréis, apenas mi abuelo volvía del trabajo se transformaba en mi caballo.

Yo me subía a sus rodillas y galopaba feliz cruzando valles y ríos mientras mi abuelo emitía los ruidos más cercanos a un caballo que podía.

Aquello me encantaba.

Tanto que mi abuelo decidió comprarme un enorme caballo balancín de suave crin y enorme lomo para darme la sorpresa de mi vida.

Se gastó en aquello un dineral, más de lo que hubiera debido.

Pero todo le parecía poco al imaginar mi cara de sorpresa cuando me encontrara el caballo el día 6.

-¿Y si se lo damos antes?.- era tan sólo 28 de diciembre pero mi abuelo ya no podía esperar.

-Supongo que es la inocentada del día.- mi madre no daba crédito.- ¡pero cómo se lo vamos a dar antes! ¿Y qué le decimos a la niña?

-Montamos el número en Nochevieja y se lo damos al día siguiente, total, es muy pequeña, seguro que no sabe exactamente qué día tendrían que llegar los Reyes.

-¡Definitivamente tú te has vuelto loco de remate!.- mi abuela zanjó el tema y apuntándole con un dedo, sentenció.- deja de decir tonterías y ni se te ocurra decirle nada a la niña. ¡Lo que nos faltaba, que se acabara dando cuenta!

La presión femenina hizo que mi abuelo abandonara la idea de darme el regalo antes de la cuenta.

Pero aquella frustración aumentó sus ansias hasta el infinito.

En cuanto me veía me lanzaba mensajes misteriosos:

-¡Si tú supieras! Qué contenta te vas a poner…

Si las miradas matasen aquella semana mi abuela y mi madre hubieran desintegrado a mi abuelo por completo.

Finalmente llegó el día 5 y me llevaron a ver la famosa cabalgata.

Pude ver a Melchor, a Gaspar y sobre todo a Baltasar, comer muchos caramelos e incluso imaginarme que los regalos que llevaban en aquella carroza eran para mí.

Cuando volvimos a casa preparamos la leche para los camellos, los turrones para los Reyes e hicimos un hueco especial debajo del árbol.

-Aquí encontrarás mañana los regalos.- me explicaron.

¡Y vaya si los encontré!

Me desperté y me acerqué al árbol corriendo en pijama, mientras toda mi familia me jaleaba:

-Mira lo que hay, ¡a ver qué te dejaron los Reyes!

Era el primer año en que yo empezaba a ser consciente de la Navidad y los Reyes Magos y con mi habilidad lectora apenas estrenada, poco a poco fui leyendo el nombre de cada paquete y repartiendo los regalos a toda mi familia:

-Para papá…para Alex… para güelita… para mamá… para güelito… ¡para Mónica!.

Ante mis ojos el regalo más grande que un niño haya visto nunca.

Y mi abuelo, a punto del spoiler:

-¡Yo sé lo que es, yo sé lo que es!

Mi madre y mi abuela lo silenciaban a golpe de mirada asesina mientras me ayudaban a desempaquetar aquel regalo.

-¿Qué es? ¿Qué es?.- me preguntaban.

Finalmente desempaquetaron completamente el regalo:

-Un caballo.- dije yo realmente seria enfrente de aquel enorme equino de plástico.

-¡UN CABALLO!.- gritó mi abuelo histérico.- ¡Un caballo fenomenal que se mueve y galopa rapidísimo!.- y al ver que yo no reaccionaba me dijo:

-¿Te quieres montar?

Miré a mi caballo dubitativa pero al ver la cara de sorpresa de mi abuelo decidí darle una oportunidad:

-Bueno.- respondí sin mucho convencimiento.

Mi abuelo me subió a la grupa del caballo.

Y allí me quedé.

-¿Quieres galopar? .- decía mientras empujaba suavemente el caballo para que yo me balanceara.- ¡también sabe correr!.- me explicaba mientras me empujaba más deprisa ante mi cara de indiferencia.

Nada.

En mi cara no se leía nada.

Ni sorpresa, ni alegría, ni felicidad, ni emoción alguna.

-¿Tienes miedo?.- me preguntó mi abuelo.

-No.- le dije.

Nada.

Mi madre al ver mi cara de indiferencia y la cara de frustración de mi abuelo propuso en voz alta:

-¡Vamos a desayunar todos que hay un roscón buenísimo que han dejado los Reyes Magos!.- y a mi abuelo en voz baja.- seguro que está desorientada la pobre porque se acaba de levantar. En cuanto desayune, reacciona.

Y desayuné.

Y comí.

Y merendé.

Pero nada.

Ningún interés por aquel caballo.

Tuvieron que contarme mil chistes y hacerme otras tantas boberías para conseguir que sonriera subida en mi gran regalo de Reyes y quitarme la cara de ratilla aburrida que todavía aún se me pone cuando algo no me interesa lo más mínimo.

Porque lo que era aquel bicho me provocaba… nada.

Indiferencia.

Pasamos el día así y finalmente llegó la noche.

Después de cenar y de bañarme, ya en pijama, me acerqué a mi abuelo:

-Güeli, ¿jugamos al caballo?.- le dije como cada noche.

-Pero nena ¿no prefieres que juguemos con el caballín que te trajeron los Reyes Magos? ¿No lo quieres?.- me preguntó mi abuelo con pena.

-No güeli, no lo quiero.- le dije yo.- yo sólo te quiero a ti.

Mi abuelo se derritió de amor y esa noche, como muchas noches, fue el caballo y el abuelo más feliz de la tierra.

!Él sí que era el mejor regalo del mundo!

Disfrutad de vuestros regalos hoy, de la magia y la fantasía de este día especial.

Pero sobre todo, del amor con que os hayan comprado vuestros regalos y de las personas especiales que tengáis a vuestro alrededor.

Eso sí que no tiene precio…

Esta soy yo con mi cara de ratona indiferente la primera y última vez que me subí a aquel caballo...

Esta soy yo con mi cara de ratilla indiferente la primera y última vez que me subí a aquel caballo…

Amigo.

El origen etimológico de la palabra amigo no es muy claro. Hay quienes creen que proviene del latín amicus que derivó de amore, “amar”. Otros afirman que es un vocablo griego compuesto por a y ego. Significaría “sin mi yo”.

Creo que amigo deriva de ambos, por igual.

Amigo nace de la reciprocidad, de la de reírse juntos. De la de llorar juntos. De la de estar en silencio, juntos. De la de estar separados y sentirse cerca.

Mis amigos me ayudan más que nadie a creer en lo bueno del ser humano, en que la generosidad sin límite es posible y también la verdad.

Amo a mis amigos por lo que son, por sus defectos y por sus virtudes como ellos aceptan y aprecian los míos, con benevolencia, con honestidad.

Los amo y los necesito más que nunca en mi vida, en la distancia, no importa, cerca del corazón, donde guardo mis riquezas.

Sé ver indefectiblemente el lado bueno de la vida, las caras que existen en todas las cruces y hago una limonada bastante apañada cuando la vida me envía ácidos limoncitos. Nací así.

Sin embargo nunca me he encontrado en ninguna de estas situaciones sola. Jamás. Mis amigos siempre estuvieron ahí para secarme las lágrimas a tiempo y sacarme a chistes una sonrisa. Para darle la vuelta a la moneda. Para echarle un chorrete de vodka a la limonada de la vida y montarnos una fiesta en un santiamén.

Ojalá se sientan tan queridos, acompañados y mimados por mí como yo lo estoy por ellos.

Ojalá que no importe nunca ni el tiempo sin vernos ni la distancia que nos separa. Que retomemos siempre la conversación como si la hubiéramos dejado justo ayer.

Envejecer y recordar historias pasadas. U olvidarnos juntos. Ni siquiera saber ya cuándo, cómo o dónde nos conocimos. Sentir solo que fue un momento mágico y especial. Que la vida nos hizo un regalo aquel día.

Eres afortunado si puedes mirarte con alguien a los ojos y encuentras una imagen limpia y transparente de vuelta. Si tienes la certeza de poder bajar la guardia sin miedo. De ser completamente tú mismo, desnudo y frágil, protegido y aceptado, sin reservas ni condiciones.

Si ese a quien tienes enfrente y miras a los ojos, sientes que es de los tuyos, es de verdad, es para siempre.

Si sabe reflejar como en un espejo extraordinario la mejor parte de ti mismo.

Es, es un amigo.

Dos amigas en el metro hoy. Su complicidad me hizo pensar en mis amigos ...

Dos amigas en el metro hoy. Su complicidad me hizo pensar en mis amigos …

 

 

 

Corbatas

 

Las corbatas en el metro me recuerdan a su historia ...

Las corbatas en el metro me recuerdan a su historia …

Me prometí que no le volvería a llamar. Que nuestra relación sería estrictamente profesional.

Nada de vernos, nada de quedar fuera del trabajo, nada de fingir ser amigos. Tú sabes que no lo somos, que no lo hemos sido, que nunca lo seremos.

Borro tu nombre del teléfono.

No, no puedo. Al fin y al cabo, somos compañeros. Qué pasa si me llama y no sé quién es, qué pasa si yo le tengo que llamar.

Está bien. Me quedo con tu teléfono.

Pero nada de llamadas ni mensajes a deshoras. Nada de tomar café y cerveza y cena y más café y más cerveza.

¿Cuánto podemos estar así? ¿Cuánto va a durar esta espera? A que pase algo entre nosotros. A que dejemos la ambigüedad y definamos lo que somos de una vez.

Basta. Tengo que ponerle fin a esta historia, si yo lo sé.

Sé perfectamente que es una tontería esperar, que no conduce a ninguna parte, que no va a pasar nada porque tú no te vas a decidir.

Porque eres un cobarde.

Simplemente.

Y casi mejor así ¿Sabes? porque… ¿Y si pasa? ¿Qué haría yo entonces? ¿Qué harías tú? ¿Qué pensarían los demás de nosotros?

Me imagino los cuchicheos, los comentarios de pasillo a nuestra costa, las miradas insidiosas en la cafetería…

No, mejor así. Vale, bien. Decisión tomada. A partir de ahora fuera del trabajo ya no nos vamos a ver nunca más.

-¿Vas hacia el metro? -dijo él.

Me miró mientras con un gesto único, preciso, se arrancaba la corbata que lo sofocaba con los ojos fijos en mí, el sudor que perlaba su frente y su cuello…

-Este calor es insoportable ¿Qué haces ahora? ¿Te vienes a tomar una caña?.-

-Claro- Respondí.

Juntos caminamos hacia la boca del metro, dejando a los demás atrás como si no importaran.